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Alphaville (1965) |
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Anne Hathaway in The Dark Knight Rises (2012) |
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Barbara Palvin photographed by Jem Mitchell for Elle UK, March 2013 |
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Celeste Cid |
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Dree Hemingway photographed by Bruce Weber for Vogue Germany, June 2013 |
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Duffy |
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Itati Cantoral |
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Kate Mara in Transsiberian (2008) |
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Madchen Amick |
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Nereida Gallardo |
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Nicole Kidman in Moulin Rouge(2001) |
“We pencil-sketch our previous life so we can contrast it to the Technicolor of the moment. This is how we proclaim a beginning” – Boy Meets Boy (David Levithan)
*Atención: se revelan algunos detalles del argumento
Las búsquedas siempre parecen conscientes o premeditadas. Quizás tenga que ver con las respuestas autómatas que damos ante la pregunta de cómo estamos, qué queremos, qué estamos haciendo. Pero en realidad, cuando buscamos algo, muchas veces nos arrojamos a eso sin saber bien el objet(iv)o. El verbo looking, con sus dos acepciones en inglés, fusiona la búsqueda con el acto de mirar, con el estar alertas a aquello que podría, aunque más no sea brevemente, cambiarnos la vida. En el terreno de lo romántico y/o sexual, la exploración es una acción que viene con el componente de la curiosidad por añadidura. Uno sale, mira sin mirar, experimenta, concluye esa empresa y se vuelve a su casa, en algún punto perdiéndose en el camino. “Call off the search for your soul or put it on hold again” escribió Alex Turner en “No.1 Party Anthem”, describiendo cómo la conquista nocturna nos libera de nosotros mismos porque también nos obliga a jugar un rol, a interpretar un papel, a despojarnos de todo aquello que pensamos en la semana, pensamientos que justamente están ligados a ese cómo estamos, a ese qué queremos y a ese qué estamos haciendo. Cuando salimos, cuando conocemos a alguien, cuando hacemos contacto visual, estamos interrumpiendo el autoanálisis o, como dice Turner, lo estamos pausando. El otro vendría a representar la posibilidad de mentirnos por unas horas, de proyectar una imagen idílica de nosotros mismos. Todo lo que soy siempre no si sé quiero serlo en una noche. La incertidumbre que trae consigno el acto de la conquista es análogo al de abrir muchas ventanas. Hoy abro esta, mañana otra, pasado otra, la semana siguiente otra, como si la apertura implicara necesariamente un desahogo. El futuro es tentador. La imprevisibilidad es tentadora. Uno puede llegar a preguntarse quién será la próxima persona a la que va a besar, quién será la próxima persona a la que va observar (cuando los ojos “invite you to approach”), quién será la próxima persona que va a sorprender y esas preguntas, al no tener rostro, nos recuerdan dónde reside el encanto de lo incierto. El acto de abrir ventanas es el acto de exponerse. Una acción depende exclusivamente de la otra. Porque sí, yo puedo salir, yo puedo buscar y encontrar, y buscar nuevamente y encontrar nuevamente también, y vivir, sentir y alimentar ese eterno ciclo. Pero la exposición está en la misma vereda del padecimiento y ya sabemos que el padecimiento es bicéfalo. Hoy quizás abra una ventana que me muestre un mundo interesante pero no demasiado prometedor y en unos días abra otra creyendo que es una más, parecida a tantas, y esa ventana termina siendo la más pesada. Ese salir, conocer y experimentar siempre parece ser una acción tripartita a la que se tilda de superficial o intrascendente. Pero hacerlo, realmente hacerlo, salir al mundo a buscar algo, no sabiendo bien qué, requiere de un alto grado de valentía. Me expongo y puede gustarme. Me expongo y puedo lastimarme. ¿Hasta qué punto logro esconder mi vulnerabilidad? ¿Acaso no es mi vulnerabilidad la que me conduce a ser algo que no soy? ¿Acaso la inseguridad no nos lleva a abrir más ventanas de las necesarias? “We accept the love we think we deserve”. En el espacio entre la búsqueda y la conquista hay un segundo en el que uno deja entrever cómo está y cómo quiere estar. Aceptamos lo que creemos merecer y eso dice mucho de lo que veníamos buscando, de cómo nos consideramos y de en qué etapa estamos.
“You’ll get your heart’s desire, I will meet you under the lights” - “Marz” – John Grant
Glen (Chris New) está obsesionado con el participio cimentado. Pero no sólo en el nivel superfluo de no poder estar en un mismo lugar demasiado tiempo. Glen cree que todo lo que lo roza – desde su trabajo hasta sus amistades – se convierte en un peligro de estancamiento. Sus amigos inconscientemente disfrutan de su filosofía del “úselo y tírelo” porque no quieren perderlo. Su trabajo como artista le otorga una falsa sensación de libertad. Sus relaciones ocasionales alimentan su mantra de “I don’t have a boyfriend, I don’t do boyfriends”. Lo suyo no tiene ver con el letargo, con la pereza, con la necedad ante lo diferente o con un capricho infantil de no querer crecer. Glen es una persona que está intentando encontrarse a sí misma y, por lo tanto, su reinvención entra en comunión con la apertura de ventanas. Sale a boliches y a cada hombre le hace narrar los hechos de la noche anterior como forma de recopilar (para uno de sus proyectos de arte) la diversidad de las situaciones, de las aventuras. Pero sabemos que Glen miente. Que en ese afán por potenciar la sexualidad su anhelo por encontrarse es el elemento omnisciente (“I’m trying to re-draw myself, but everyone keeps fucking hiding my pencils”). Russell (Tom Cullen) está obsesionado con las historias. Su casa está enteramente decorada con objetos que compró en tiendas de caridad, como si quisiera hacer de su espacio personal uno en el que puedan caber los espacios de los demás. Como una manera de no sentirse tan solo. Russell también sale, también busca, también encuentra. Sin embargo, su homosexualidad no está tan al descubierto como la de Glen y, por ende, se muestra más reservado y menos emocional. Las similitudes entre Weekend de Andrew Haigh y Before Sunset exceden el juego con lo romántico-temporal. Los protagonistas de ambas películas hallan un modo de comunicarse consigo mismos (y, en consecuencia, con el objeto de su afecto) a través de la palabra. Jesse tenía sus novelas y Céline, sus canciones. Glen tiene sus narraciones orales y Russell, un diario virtual de todas las personas que conoce, donde detalla sus peculiaridades, esos gestos que diferencian a un hombre de otro, esos gestos tan particulares que enamoraban a Céline y que la llevaban a decir que lo que se perdió es irreemplazable. Cuando uno va a un lugar sin dilucidar qué va a encontrar, no sabe en qué se convertirá la persona que va a conocer. Una conversación puede ser una conversación trivial, una más del montón, uno casi nunca puede aseverar que está atestiguando el prólogo a una relación en el mismo momento en el que el prólogo se empieza a gestar. “There is an unspoken recognition as we share these stories – we can talk about the bad dates and bad boyfriends because this is not a bad date, and we will not be bad boyfriends. We forget the fact that many of our early relationships started in the same way” escribió David Levithan en Boy Meets Boy. La inconsciencia ante el comienzo de lo verdaderamente importante parece ser algo a lo que nadie le puede escapar. Weekend explora con una naturalidad que deviene en brutalidad el instante exacto en el que advertimos que esa noche no será una noche igual a otras y que esa persona que está desnuda al lado nuestro puede llegar a alterarnos. Con su segundo largometraje tras Greek Pete, Haigh – como también haría con “Looking for the Future”, el quinto episodio de su serie para HBO apropiadamente titulada Looking -, logra embotellar el segundo de certeza en el que un desconocido pasa a ser quien más nos termina conociendo.
“Estoy persuadido de que el enamorado que sufre no está dentro de la historia de amor, está en otra cosa que se parece mucho a la locura, no en vano se habla de enamorados locos” – El grano de la voz (Roland Barthes)
Cuando somos compañeros de lo ocasional con alguien, en cierta forma estamos silenciando los problemas cotidianos y las mochilas que arrastramos. El pasado se anula. No sólo por la regla tácita de que no nos podemos exponer con tanta efervescencia en una primera vez sino porque el sexo es una posibilidad de empezar de cero. Cada encuentro es diferente. “Well, you know what it’s like when you first sleep with someone you don’t know—you like, become this blank canvas, and it gives you an opportunity to project onto that canvas who you want to be. And that’s what’s interesting, because everybody does it… and what happens is, while you’re projecting who you want to be, this gap opens up between who you want to be and who you really are. And in that gap, it shows you what’s stopping you from becoming who you want to be” le dice Glen a Russell la tarde siguiente a su primera noche juntos, aludiendo a cómo ese instante en el que uno pretende ser algo que no es el que te da la verdad irrefutable de quién sos vos. Es decir, ¿por qué digo que soy esto o lo otro? ¿por qué me muestro de tal o cual modo? La respuesta está en la antítesis de quien uno dice ser. Weekend se erige en esa premisa y va revelando la identidad de Glen y Russell a partir de una descarnada cotidianidad. Quien parece oponerse al compromiso es quien más necesitado de afecto se encuentra. Quien parece más seguro y posicionado es quien no terminó de resolver su pasado. En la escena más simple y extraordinaria del film, Haigh los pone a Glen y a Russell en una cama, mirándose, ambos conscientes de la inminente caducidad de sus encuentros (Glen tiene un viaje por delante y la relación no puede perdurar más de dos días), ambos ya convencidos de que lo furtivo pasará a ser indeleble. Glen le da la posibilidad a Russell de “salir del clóset”, ya que Russell es huérfano y nunca tuvo una historia de iniciación, o lo que él llama “el rito de pasaje de cada chico gay”. Glen pretende ser su papá y así Russell pone en palabras qué es lo que quiere, qué es lo que despierta de sus deseos, qué es lo que ama, qué es lo que es. Asimismo, del otro lado recibe el alivio (“well, you know what, son? It doesn’t matter to me. I love you just the same. And guess what? I couldn’t be more proud of you than if you were the first man on the moon”). Haigh, un amante incuestionable de lo prosaico, muestra a través de breves viñetas (una noche de droga y confesiones, un paseo en bicicleta, un viaje en colectivo, el estrenar un par de zapatillas que se tuvo guardado por meses, el preparar un desayuno) cómo dos personas encontraron su “hasta”. Hasta que Glen no lo conociera, Russell no iba a saber lo que era poner en palabras su sexualidad. Hasta que Russell no lo mirara, Glen no iba a saber lo que era llorar por amor en un andén. Hasta que ambos no colisionaran, ninguno iba a descubrir lo difícil que es realmente desnudarse ante el otro cuando el otro empieza a ser clave, complejo, pluridimensional (“I can flirt with the best of them, but only when it doesn’t matter. this suddenly matters” también puede leerse en Boy Meets Boy).
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Sobre el final, cuando Glen toma el tren y Russell lo besa (lo que se presupone que es su primer beso en público), ese joven artista que no tenía problemas en buscar la adulación con esos testimonios nocturnos inmortalizados, saca su grabador y se lo entrega a Russell. Weekend dice con gestos como esos (un roce de manos, un abrazo, una mirada ¿hacia el futuro?) cómo la dimensión temporal tiene tan poco que ver con la dimensión afectiva y cómo la progresión del vínculo se materializa en nuestras reacciones más espontáneas (“I met him two days ago, he doesn’t know me, I don’t know him, and he… I met him, like, two days ago, two days is nothing”). Por lo tanto, cuando Glen se desprende de su grabador, y cuando Russell se pone a escuchar lo que había relatado sobre esa primera noche juntos, sabemos que ambos dejaron de ser lo que eran hasta entonces. Glen no se quedará ni Russell le pedirá que se quede, pero uno puede decirle al otro lo fundamental sin exigir un sacrificio. Weekend, una historia de amor sobre lo bello que es abrirse ante un impulso, concluye con Russell apoyado en su ventana mirando hacia afuera, con el oído atento a sus propias palabras, esas palabras que tanto le costaba verbalizar. Haigh se va apartando de su microhistoria, se aleja del primer plano, abre la secuencia, y nos pone frente a ese edificio y sus múltiples ventanas, como diciéndonos que en cada uno de esos departamentos también hay búsquedas y también hay encuentros, con mucho o nulo potencial, con enorme o ínfimo valor, con luces prendidas o apagadas. Porque así como siempre hay ventanas más livianas de cerrar también están las otras…las que permanecerán eternamente abiertas. ◄
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► [TRAILER] Les dejo algunos fragmentos de la película:
WEEKEND trailer from Andrew Haigh on Vimeo.
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► [ESCENA]: Uno de los tantos bellos momentos de Weekend retratados por Andrew Haigh:
WEEKEND (2011). Andrew Haigh from Loutinen on Vimeo.
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¡BUEN JUEVES PARA TODOS! Tres consignas para el post de hoy: 1. ¿Vieron Weekend? ¿Qué les pareció? 2. ¿Cuáles piensan que son las mejores películas en mostrar el amor gay? 3. Ahora la consigna más personal: ¿se acuerdan de los mejores fines de semana que han pasado en sus vidas o de esa persona especial con quienes compartieron un vínculo fugaz? Por último, quiero contar algo: en la edición de Boy Meets Boy que tengo, hay una suerte de epílogo con preguntas a su autor, David Levithan; una de esas preguntas es “¿cuál es tu canción ‘elsewhere’”?, es decir, la canción que te hace cerrar los ojos y estar en otro mundo por unos minutos (tópico del que se habla en la novela); por eso, hoy jueves 31, en el día de mi cumpleaños, me gustaría que todos dejen sus canciones “elsewhere”, ya que quisiera musicalizar esta jornada con sus canciones especiales; dejo la mía: “Song for Zula” de Phosphorescent (seis minutos de teletransportación a otro lugar); ¡gracias por todo, muchachada, los leo y armaré una lista de reproducción con sus aportes! ¡que tenga un lindo día!
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► [LISTA DE REPRODUCCIÓN] 50 canciones para teletransportarse (y algunos caprichos cumpleañeros):
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[OFF TOPIC] Lo conté ayer en un comentario pero lo reitero hoy para quienes no lo vieron: hace poco recibí un mail de una lectora del blog (estimo que reciente y esporádica) que solicitaba que subtitule todos los videos que publico y traduzca al castellano todas las citas de libros o canciones que acompañan los posts; hago público esto porque quiero hacer una salvedad: no tengo los recursos para subtitular los videos y, como saben, YouTube o Vimeo tiene muy poco material subtitulado, lo cual limitaría enormemente mis opciones de dejarles contenido multimedia; en cuanto a las citas, desde hace cuatro años que el blog tiene esa línea (no me gusta traducir las canciones) y afortunadamente hay muchísimos espacios en Internet que quizás se ajusten más a determinadas necesidades; Cinescalas seguirá de esta manera, lamento que se lo considere snob como me han hecho saber, porque quienes están acá siempre y quienes me conocen saben que este espacio es cualquier cosa menos eso; ¡eso es todo, muchachada, gracias por leerme!
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A un libro siempre le delatan las esquinas de sus páginas. En esos pliegues, pocos o muchos, está cada cita, cada pasaje que el lector ha bisbiseado mientras colocaba la muesca, haciendo ceder la esquina sobre sí misma. A veces son un guijarro para el retorno, otras un aplauso contenido, o la marca misma del desconcierto ante las líneas. Pero siempre, siempre, son el retrato más certero de lo que palpita tras la cubierta. Nos perdonarán los defensores de la incolumidad de los libros, pero algunos no sabemos emprender viaje sin dejar nuestro rastro en el camino. Y doblamos las páginas para vivirlos, adictos a ese sello triangular.
Por eso, sin más rodeos, esta es una selección de libros a los que machacarles las esquinas en horizontalidad veraniega. No hay más criterio que ese: sus numerosas dobleces y una relativa actualidad. En el arte de doblar esquinas no se distingue entre bestsellers, premios Pulitzer o rarezas sin edición en español. Pero ninguno es de prestado, claro.
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1. Arte Salvaje, una biografía de Jim Thompson, de Robert Polito (Editorial Es Pop)
El mundo descubrió demasiado tarde a Jim Thompson, aunque hoy esté sentado entre Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Y mientras esperaba a que esa fama llegara —porque sabía que acabaría haciéndolo— se dejó machacar por una existencia mucho más perra de lo que dejó entrever en sus violentas y descarnadas novelas. El periodista Robert Polito se ha sumergido en ese noir que fue su vida, en la prosa a quemarropa de Thompson para descubrir al tipo que mejores psicópatas ha alumbrado en la historia de la literatura. El resultado podría de ser uno de los infiernos terrenales que retrató, pero aquí todo es jodida y cruelmente cierto.
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2. Alabanza, de Alberto Olmos (Editorial Mondadori).
Es 2019 y la literatura ha sido erradicada del planeta. Los rumores dicen que la culpa es de Sebastián, un escritorzuelo que en esas fechas huye junto a su novia Claudia a la tranquilidad del retiro rural para de reconciliarse con la escritura. Una novela antirromántica, posiblemente antiliteraria, en la que Alberto Olmos sustituye la crudeza habitual de su prosa por una dosis extra de elegancia para brindarnos un relato sobre la madurez, la literatura y el sucio páramo de lo cotidiano. Hay un misterio, sexo y una frase lapidaria: «No estoy enamorado de ti». Ni falta que hace.
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3. Una casa de tierra, de Woody Guthrie (Editorial Anagrama)
Sí, el legendario autor de «This land is your land» también escribió. O más bien disparó esta única novela en la aridez tejana de Cap Rock. Tan lírica y auténtica como el trovador, narra la historia de un matrimonio y su cruzada por construir una casa, la suya. Como se destaca en su extraordinario prólogo (de Douglas Brinkley y Johnny Depp) el libro es un llamamiento a las armas en la misma línea del repertorio de Woody Guthrie. Si su guitarra rezó el This machine kills fascists, su única novela aúlla desde la década de los cuarenta los mejores pasajes contra la sumisión. No la de entonces, la de siempre.
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4. Los hijos, de Gay Talese (Editorial Alfaguara)
Eludir hablar de obra maestra es una tentación casi tan descomunal como apelar al sombrero de fieltro de Gay Talese. Pero es que, una vez más, Los hijos, lo es. Por fin traducida al español, esta obra sobre los ancestros del autor vuelve a ser mucho más que una novela y vuelve a hablar mucho más que de los ancestros. La emigración, la Primera Guerra Mundial, el sueño americano, las viudas blancas, Nueva Jersey… El contador de historias esta vez nos cuenta la suya, en sepia y presencia de gran novela.
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5. Galveston, de Nic Pizziolato (Editorial Scribner)
Lamentablemente, aún ninguna editorial española se ha lanzado a por la primogénita de uno de los hombres del año, Nic Pizziolato, padre de True Detective. El éxito de la serie ha rescatado esta, la primera novela del norteamericano, una de esas joyas a la que nadie hizo caso en su día pero que hoy provoca bofetadas para llevarla a la gran pantalla. Una novela negrísima, brutal y violenta, que nos devuelve un protagonista tan nihilista o más que Rust Cohle que se hace llamar Roy Cady. Por mor de su naturaleza, roba, mata y bebe sin despeinarse. Ni cuando le detectan un cáncer y acaba huyendo con una prostituta hacia ese lugar llamado Galveston. No echarán de menos Louisiana.
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6. El váter de Onetti, de Juan Tallón (Editorial Edhasa)
A Juan Tallón no se le reseña ni se le recomienda: se le envidia. Así que cualquier cosa que no sea repetir lo ya dicho sobre El váter de Onetti es una estúpida pérdida de tiempo. Empiecen a hacer cajas, porque en la desgracia de envidiar todo empieza con una mudanza.
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7. American Gods, de Neil Gaiman (Editorial Roca)
No, no es actual, pero dentro de poco la veremos en la pequeña pantalla y es una excusa tan válida como cualquier otra para volver a ella. Y para volver a vaciarse de calificativos a la hora de enmarcarla en un género, porque a pesar de que ha arrasado en todas las categorías posibles —ciencia ficción, terror y fantasía— ni el propio Gaiman sabe dónde situarla. Así que resumiremos diciendo que se trata de un extraño viaje por EE. UU., que Sombra es su protagonista y que en sus páginas hay hasta una encarnación de Odín. Todo tan desconcertante y adictivo como la propia cultura americana que retrata.
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8. Esperanza: una tragedia, de Shalom Auslander (Editorial Blackie Books)
Alguien ha dicho de ella que «se lee como el tipo de película que Woody Allen ya no se atreve a filmar» y yo no he encontrado una definición mejor para esta obra del autor de la magnífica Lamentaciones de un prepucio. El blasfemador se atreve esta vez con la incorruptible figura de Anna Frank, que confiesa sentirse «tan cansada de toda esa mierda del Holocausto» y acaba apareciendo en el altillo del protagonista. Nitroglicerina, humor negro de un tipo al que deberían estar fichando todos los ojeadores de stand-up comedian, si es que existiera tal cosa. «La esperanza (por ejemplo, del que añora ser feliz) es nociva y la humanidad se habría ahorrado muchos problemas si no fuese adicta a este engañoso narcótico», asegura. Y sí, ha dicho narcótico, no lideresa.
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9. El jilguero, de Donna Tartt (Editorial Lumen)
Ha ganado el Pulitzer de novela, ha coronado las listas de más vendidos y a pesar de todo eso es lo peor que puede decirse de la tercera novela de la escritora norteamericana. Una novela de intriga con pulso de thriller y regusto agrio, que narra el periplo de Theo Decker para entender. ¿Entender qué? La respuesta corta es el porqué de ese cuadro holandés de El Jilguero. La larga, una maravillosa historia de poso dickensiano.
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En los noventa años de existencia del Real Club Celta de Vigo han militado excelentes delanteros como Pahiño, Pichi Lucas, Gudelj o Catanha. pero el máximo goleador de la historia de la entidad en Primera División, con 107 goles, sigue siendo Hermidita, un pontevedrés que jugó en la década de los cuarenta y cincuenta. Nacido el 27 de noviembre de 1924 en Gondomar, se desempeñaba como interior. Futbolista rápido y no exento de habilidad, destacaba por su olfato de cara a gol. Muy listo y escurridizo, tenía un poderoso disparo con ambas piernas y un magnífico remate de cabeza.
Comenzó su carrera en el Peñasco y el Berbés hasta que fichó por el Celta de Vigo en 1944. Un año más tarde, uno de los grandes clubes del país, el F. C. Barcelona, quiso hacerse con sus servicios, pero el club vigués rechazó la propuesta. Debutó en Primera División de la mano del técnico húngaro Karoly Platko en la campaña 1945-1946, y en su primer partido ya logró un tanto. Fue frente al Castellón, en Balaídos, el 23 de septiembre de 1945, en un choque que acabó venciendo el Celta por 4-0. En dicha campaña logró un total de cuatro dianas en doce partidos de liga y el Celta salvó la categoría por dos puntos.
En las siguientes temporadas su presencia en el equipo aumentó y su progresión fue extraordinaria. En 1947 sumó 7 goles, con un gran doblete ante el Real Madrid en el Metropolitano, y en 1948 su cifra de tantos subió hasta los 15, resultando clave en las victorias en casa ante Real Oviedo (4-2), el F. C. Barcelona (3-2) y el Atlético de Madrid (4-1), con dos dianas en cada duelo. El técnico Ricardo Zamora armó un conjunto muy sólido, con los defensas Mesa y Gabriel Alonso, el medio Miguel Muñoz o el tridente formado por Hermidita, Retamar y Pahiño, que ocupó una excelente cuarta posición en liga y fue subcampeón de la Copa del Generalísimo en 1948. En un gran torneo copero eliminaron consecutivamente al Club Ferrol, al Atlético de Madrid y al Español para presentarse en la final ante el Sevilla. Inexplicablemente, Zamora no alineó a Hermidita en tal importante encuentro y el Celta cayó claramente por 4-1. Años más tarde, el pontevedrés afirmó que jamás le perdonó al Divino que tomase aquella decisión.
La marcha de Pahiño al Real Madrid en el verano de 1948 debilitó al cuadro vigués. Eso, junto a una campaña floja de Hermidita, con cuatro goles, hizo que el Celta volviese a la parte baja de la tabla en la temporada 1948-1949. Sin embargo, en el curso siguiente el artillero celeste recuperó su mejor forma y completó el año más sobresaliente de su vida. Marcó 21 tantos y fue el tercer máximo realizador del campeonato por detrás de Zarra e Igoa. Tuvo tardes mágicas aquella campaña, como cuando consiguió un poker de goles ante el Gimnàstic de Tarragona, un hat-trick ante Sevilla o un doblete frente a F. C. Barcelona y Real Madrid en Balaídos. Ya no estaba Pahiño, pero con su sustituto Adolfo Atienza se complementaba a la perfección. Sus grandes actuaciones no pasaron desapercibidas y en esta ocasión el que llamó a su puerta fue el Real Madrid y Santiago Bernabéu, obteniendo el mandatario blanco la misma respuesta que el club azulgrana años atrás.
En 1951 su registro de goles bajó hasta los 11, pero en las dos temporadas siguientes se vio al jugador más regular de toda su vida deportiva. En el curso 1951-1952 el binomio con Atienza funcionó a las mil maravillas y entre ambos alcanzaron las 39 dianas: 21 de Hermidita y 18 de Atienza. El de Gondomar volvió a ser la pesadilla de las zagas madridista, sportinguista, santenderina o bilbaína y obtuvo un récord que aún continúa vigente, siendo el único futbolista celeste que ha marcado cinco goles en un partido de liga de Primera División. Fue el 13 de enero de 1952 en Balaídos, cuando batió en cinco ocasiones a Hurtado, arquero del Atlético Tetuán, en el triunfo por 7-0. En la temporada 1952-1953 se fue hasta los 19 goles, vitales todos ellos para la salvación del equipo que ocupó la decimotercera posición, superando a Real Zaragoza, C. D. Málaga y Deportivo de La Coruña en la lucha por no descender.
Sus dos últimas temporadas en el club de sus amores estuvieron marcadas por varias lesiones en el tobillo y la ingle y solo pudo disputar seis partidos (1 gol) en 1954 y cinco (2 goles) en 1955. Se despidió de la elástica celeste en el partido disputado en La Viña ante el Hércules el 13 de febrero de 1955, donde cayeron por 2-1.
Hermidita decidió continuar activo un par de años más y se marchó a jugar al Córdoba, que militaba en Tercera División. Allí coincidió con Juan Araujo, Sebastián Fustero, Manuel Uncilla o su excompañero celeste Julio Outerelo, y en su primera campaña lograron el tan ansiado ascenso a la categoría de plata del fútbol español. En segunda tuvieron un buen año en el Grupo 2, acabando en cuarto lugar, pero el interior de Gondomar perdió el puesto en el once titular y al término de la temporada 1956-1957 puso punto final a su trayectoria tras 27 choques y 18 goles con el cuadro blanquiverde.
No fue nunca internacional con España, aunque en 1950 entró en una prelista para el Mundial de Brasil. Finalmente el seleccionador Guillermo Eizaguirre no le incluyó entre los veintidós convocados y jamás se enfundó la elástica nacional. El 2 de septiembre de 2005 recibió un homenaje en el campo de As Gaiandas en el que se enfrentaron el Gondomar, equipo de su pueblo, y el Celta de Vigo. Falleció el 17 de septiembre de 2005 en Vigo a los 81 años.
* Alberto Cosín.
Su nombre solo era conocido entre los que investigaban en los créditos de los discos. Pero todos los españoles que se acercaron al rock en los años setenta recuerdan el impacto del Rock’n’roll animal, un directo de Lou Reed publicado en 1974. El vinilo tenía el morbo de lo prohibido: de la primera edición nacional se había eliminado el tema Heroin. Además, el elepé se abría con unas extraordinarias filigranas de guitarras, cuatro minutos antes de que Lou comenzara a cantar Sweet Jane.
Los creadores de semejante pirotecnia instrumental eran Steve Hunter y Dick Wagner, dos guitarristas pertenecientes a la Escuela de Detroit: la llamada Ciudad del Motor se había especializado en rock de alta intensidad, con un plus de desafío, a veces específicamente político. Richard Allen Wagner, que había nacido en Iowa en 1942, falleció el martes en Phoenix (Arizona), a los 71 años, tras casi una década con graves problemas de salud.
Wagner tenía cierto prestigio en Detroit y alrededores, gracias a conjuntos como The Bossmen y The Frost. También participó en un grupo neoyorquino llamado Ursa Major, que contó inicialmente con Billy Joel a los teclados. Pero su carrera profesional despegó gracias al patrocinio del inteligente productor canadiense Bob Ezrin, que le encajó —junto a Steve Hunter— en los proyectos musicales de Lou Reed y Alice Cooper.
Tras acompañar a Lou Reed en su sombrío Berlin (1973), Wagner y Hunter le proporcionaron un sonido apabullante que complementaba sus soliloquios sobre el lado salvaje y aplacaba a públicos levantiscos. Con Alice Cooper, que prescindía de sus compañeros originales, la relación fue más profunda: Wagner se transformó en su director musical y le proporcionaría una serie de baladas dramáticas que ampliaron su público, comenzando con Only women bleed (1975), una denuncia de la violencia de género, temática nada habitual en el rock de los setenta. Wagner era tan elocuente con la guitarra como sensible al dolor ajeno.
Aunque colaborar con Alice Cooper sería su principal compromiso, Wagner acompañó a Bob Ezrin en muchas de sus producciones, desde un par de discos para Kiss hasta el primer álbum en solitario de Peter Gabriel. Como músico de estudio, también tocó al servicio de Aerosmith —Wagner y Hunter protagonizaron el famoso duelo de guitarras en The train kept a-rollin’— o de Mark Farmer, cantante de Grand Funk Railroad.
En 1978, grabó bajo su propio nombre un disco para Atlantic, un trabajo que se extravió en las tiendas al ser bautizado Richard Wagner, como el ilustre compositor alemán. Era su particular sentido del humor: luego bautizaría una discográfica propia como Wagner Music Group, haciendo un guiño a la multinacional Warner Music Group.
Ya fuera del circuito estelar, Wagner funcionó como compositor, productor y promotor de iniciativas benéficas. También luchó por el reconocimiento público de su aportación al rock, incluso reformando The Frost. Aunque se frustró un documental titulado precisamente Rock’n’roll animals, sí publicó su autobiografía, Not only women bleed, prologada por Alice Cooper. Tras sufrir un ataque al corazón y un derrame cerebral en 2006, se empeñó en recuperar sus facultades. Y lo consiguió.