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La FIFA, el monopolio sin control

Joseph Blatter. Foto: Marcello Casal Jr. (CC)

Joseph Blatter. Foto: Marcello Casal Jr. (CC)

El fútbol internacional está en manos de un organismo donde la corrupción parece ser la norma y no la excepción. La FIFA está cada vez más definida por escándalos, sobornos, comisiones, tejemanejes y una monumental oposición a la evolución, al cambio, a la mejora tanto del deporte y sus normas como de la organización interna. La entidad se constituye como un supuesto organismo sin ánimo de lucro que agrupa a las federaciones de los distintos países y regiones del mundo, pero en realidad es el administrador único de un negocio multimillonario. Este organismo toma además decisiones que tienen un impacto potencial incalculable para países enteros, tanto para bien como para mal. Particularmente una: la sede de cada Mundial de fútbol, el evento global por excelencia. La FIFA tiene un monopolio natural sobre tal decisión: no puede haber, por definición, dos Mundiales. Ni dos organizadores del proceso de selección. El problema es que los clientes del fútbol mundial (al fin y al cabo, quienes generamos todo ese volumen de negocio) hemos otorgado el monopolio a un ente opaco que hace de su capa un sayo a la hora de decidir. El resultado lo vamos a estar pagando durante la próxima década, cuando menos. La pregunta es por qué, y si podemos hacer algo para cambiar las cosas, si no en el futuro cercano, sí más allá de la oscura frontera de 2022.

Las calles de muchas ciudades brasileñas llevan en pie de guerra desde hace meses. Las protestas tienen un origen complejo y múltiple; las causas abarcan desde la desigualdad más cruda (y en Brasil la desigualdad más cruda lo es mucho) hasta los fallos en los servicios públicos básicos. Pero no hay duda de que el gasto que está ocasionando la preparación del Mundial está entre ellas. A una parte importante de la población no le parece que tal estipendio valga la pena, como tampoco se lo pareció a muchos sudafricanos antes de 2010. Puede que no les falte razón. Por un lado, la comunidad académica no se acaba de poner de acuerdo con respecto a si el balance de este tipo de eventos tiende a ser positivo o negativo; la respuesta final se queda normalmente en una versión sofisticada del encogimiento de hombros sumado al «pues depende de cuánto tengas y de cómo lo hagas». Por otra parte, en un país tan sumamente desigual resulta cuando menos legítimo plantear la cuestión de si los beneficios van a llegar a toda la población, cuándo y cómo van a hacerlo. Más aún cuando el país ha decidido distribuir al máximo a lo largo y ancho de su territorio la localización de las sedes, de manera que ciudades medianas o pequeñas pueden encontrarse dentro de unos meses con un estadio desproporcionadamente grande con el que no sabrán demasiado bien qué hacer. Lo que en la jerga de la política económica se conoce como un «elefante blanco»: un proyecto megalómano con el que se consigue un gran impacto (real o ficticio) a corto plazo, pero cuya sostenibilidad y utilidad a largo es dudosa (¿les suena de algo?). El Mundial de 2014 corre el riesgo de ser un gigantesco elefante blanco en un país cuya prioridad máxima debería ser crear y fortalecer las capas medias del tejido social. Por si fuera poco, como bien explica Arturo Lezcano en su artículo, Brasil ha modificado aspectos de su ordenamiento legal para «beneficiar» la Copa del Mundo y a quienes con ella vienen. De nuevo, supongo que les suena de algo.

A pesar de todo ello, de las tres próximas sedes del Mundial, Brasil es la más razonable, o la menos absurda. Probablemente, en cuatro años estaremos discutiendo a qué clase de genio se le ocurrió ofrecer la organización del mayor escaparate mediático del mundo a Vladimir Putin y al grupo de oligarcas que le mantiene en el poder junto a un aparato estatal de, digamos, dudosa transparencia y legitimidad. Autoritarismo, homofobia, violación de derechos fundamentales, Segunda Guerra Fría y fútbol parece una combinación irresistible para que medios de todo el mundo se ensañen, no sin razón, con la FIFA en particular y con el fútbol mundial en general. De hecho, si no lo están haciendo ya es porque se encuentran demasiado ocupados informando sobre las mentadas protestas en Brasil y sobre todo cubriendo el escándalo mayúsculo que ha supuesto elegir Catar como sede para el Mundial de 2022.

Como decía Jonathan Mahler en Bloomberg hace falta una manera muy peculiar de incompetencia para convertir en un evento que no sucederá hasta dentro de casi una década en un desastre de relaciones públicas hoy mismo. La FIFA lo ha conseguido al elegir un Estado obviamente autocrático y en mitad del desierto, de manera que los países participantes podrán escoger si jugar en un infierno de los Derechos Humanos a 40 grados a la sombra (el gobierno del país prometió estadios acondicionados y ecológicos, algo que en cualquier caso no parece ser demasiado factible) o hacer lo mismo en invierno, con temperaturas más aceptables pero a cambio de trastocar seriamente todo el calendario del fútbol europeo. Los estadios y demás infraestructuras de Catar, ecológicos o no, están siendo construidos por trabajadores que en muchos casos se encuentran en condiciones, digamos, dudosas. La normativa laboral del país otorga amplios poderes a los empleadores, llegando al punto de que los trabajadores pueden encontrarse en una situación de semiesclavitud, sin poder renunciar a su puesto. Hay incluso un caso de un futbolista europeo que se encuentra atrapado en Catar contra su voluntad, perdido en un agobiante laberinto legal. Y allá, justo allá es donde la FIFA decidió que iba a tener lugar el Mundial de 2022. Lo hizo como siempre: de una manera casi totalmente opaca, sin rendir cuentas ante nadie. Esta vez, además, con comisiones de por medio: el Sunday Times inglés destapó toda una trama de sobornos destinada a poner al petroestado al frente de la carrera.

No es la primera vez que la FIFA se ve envuelta en un escándalo del estilo. El anterior presidente, Joao Havelange, y buena parte de su equipo ya se vieron inmersos en un escándalo, incluyendo empresa-pantalla y todo: ocho años de comisiones ininterrumpidas a la plana mayor de la organización para manejar los derechos audiovisuales ligados a la misma. Escándalo ante el que no reaccionó hasta diez años después. La «clase de genio» que ha supervisado todas estas y otras decisiones es Joseph «Sepp» Blatter. El presidente de la FIFA lo es desde que Havelange renunció a finales de los noventa, y su presencia no solo no ha mejorado la imagen y la calidad (digámoslo así) del organismo, sino que probablemente ha conseguido que ambas empeoren seriamente.

Es por ello que la presión sobre la FIFA se ha venido incrementando año tras año desde que se destapó el escándalo de las comisiones. Los dos grandes periódicos europeos de origen británico, The Economist y Financial Times, llevan una buena tira de artículos, columnas y editoriales denunciando la corrupción y clamando por un cambio en la FIFA. A ello se han sumado muchos otros medios. Blatter y sus acólitos prometen reformas «internas», piden que les «dejen trabajar», montan comités éticos, de gobernanza, etcétera. Pretenden así vender una imagen de mejora. Pero a estas alturas pocos se la creen. Es fácil ver la trampa: la FIFA no tiene incentivo alguno para cambiar si nadie le obliga desde fuera, e intentan aplazar al máximo ese momento prometiendo al resto del mundo que de verdad, que lo prometen, que esta vez sí que sí que sí, van a ponerse a estudiar y a sacarse todas para no ir a septiembre.

Michel Platini. Foto: Елена Рыбакова (CC)

Michel Platini. Foto: Елена Рыбакова (CC)

Lógicamente, quienes no tragan con tal argumento piden la cabeza de Blatter, de Michel Platini (al frente de la UEFA, y votando a favor de Catar como sede mundialista en contra de los intereses de los países a los que se supone que representa) y de toda la cúpula de la burocracia del fútbol mundial. Esta condición es probablemente necesaria, mas no suficiente, para lograr un cambio. Pensar lo contrario es lo que yo llamaría la «ilusión de la casta»: igual que Podemos parece pensar que basta con cambiar las caras para que «los de abajo» (sea lo que sea eso) puedan vencer a «los de arriba», ocupar su puesto y de alguna manera convertirse en los buenos. El error está en pensar que hay personas que son y se comportan de una manera determinada u otra independientemente de los incentivos existentes. Al contrario: las personas, todos nosotros, respondemos a las estructuras institucionales que nos rodean, a las oportunidades que tenemos a nuestro alcance y las estrategias que podemos seguir. Si a muchos de nosotros, a la mayoría incluso, nos dejasen al mando de un monopolio descontrolado nos resultaría difícil no aprovecharnos de la situación. Más aún: si sabemos de antemano que estar al frente de la FIFA significa entrar dentro de un sistema podrido, ya existiría un sesgo claro de qué clase de personas y con qué intenciones intentan llegar a tal puesto. En cuatro palabras: la FIFA necesita supervisión.

¿Quién se encarga, pues, de controlar a la FIFA? Un principio básico de los monopolios naturales como este es que deben rendir cuentas de alguna manera ante sus clientes porque si no pueden disponer de la organización del mercado a placer. No solo marcando precios, sino, como es el caso, decidiendo de manera casi absoluta las condiciones en las que se desarrolla una determinada actividad y repartiéndose las rentas devengadas. La FIFA está radicada en Zúrich, y no es por casualidad. La ley suiza es considerablemente laxa con la corrupción en agencias privadas, particularmente en aquellas sin ánimo de lucro (así figura registrada la FIFA). De hecho, los cambios legales recientes que el país ha venido haciendo para incrementar el control público sobre los sobornos en el ámbito privado son, en gran medida, producto de la presión interna y externa sobre el Gobierno para atar en corto a la FIFA.

Pero Suiza es un país soberano, y como tal tiene pocos motivos de peso para atender las demandas de mayor control sobre un organismo cuyo rol es, de hecho, internacional. En ese sentido, descargar en Suiza toda la responsabilidad de poner en orden la casa del fútbol parece excesivo. O, mejor dicho, un camino no totalmente esperanzador. Resulta necesario reformar de arriba abajo el modo de funcionamiento de la FIFA, de manera que su buen funcionamiento no dependa completamente de la legislación del país en que se encuentra. El aspecto en que se suelen centrar la mayoría de las propuestas que llevan circulando desde hace un tiempo es el de cómo elegir la sede de cada Mundial, habida cuenta de que el proceso actual consiste en el tráfico opaco de influencias (Lezcano, en su texto, destaca que nadie nunca vio el dosier de la «candidatura» de Brasil, y del caso de Catar mejor ni hablamos). Hacer transparente la selección eliminaría una buena parte de los incentivos para la corrupción de la dirección de la FIFA. Las opciones no son pocas. Desde un concurso con jueces independientes y requerimientos de sostenibilidad económica (que, como vemos en el caso de los Juegos Olímpicos, está lejos de ser ideal) hasta un mecanismo en el cual el ganador de un año hospeda el Mundial al año siguiente, con opción a renuncia. Cualquier alternativa supondrá una mejora a lo que parece ser de facto una subasta de sobornos.

Pero esta reforma dista de ser suficiente, a pesar de que resulte necesaria. Hace falta modificar radicalmente la gestión de derechos audiovisuales, así como cambiar la manera de elegir a la cúpula. ¿Cómo forzar a la FIFA a cambiar? Esa es la última pregunta del razonamiento, donde todo empieza y acaba. La verdad es que la única manera de conseguirlo es mediante la presión directa e indirecta, constante y decidida, de sus clientes y de aquellos a quienes representa. Sí, cada vez se alzan más voces que piden reforma, pero no basta. Debemos continuar. Y debemos también aceptar la triste contradicción en la que todos los que disfrutamos de los Mundiales nos encontramos: no podemos dejar de seguir, disfrutar y sufrir con el fútbol, pero al hacerlo no debemos dejar de criticar la actitud de un organismo que, entre otras lindezas, hasta hace poco ni siquiera permitía a las mujeres ser parte de sus órganos directivos.

Es la tragedia de los monopolios. Que uno, si se sale, no sabe a dónde mirar.

Guillermo Ortiz: El último «trote cochinero» de Leo Messi

Foto: Fanny Schertzer (CC)

Foto: Fanny Schertzer (CC)

Leo Messi empezó la temporada como la había acabado: retirándose cojo del Vicente Calderón al poco de empezar el partido. En medio no habían pasado pocas cosas: de entrada, una gira por medio mundo que en un principio levantó muchas dudas acerca de su conveniencia física —cuidar un bíceps femoral de avión en avión es un método cuando menos curioso y que lleva camino de acabar directamente en los tribunales. Para continuar, pese a ganar la liga sumando 100 puntos y precisamente para paliar el devastador efecto de la ausencia de Messi en el último tramo de la temporada, el Barcelona decidió adelantar su opción de compra sobre Neymar y traerse al brasileño, en principio como un complemento de lujo, algo así como lo que el propio Messi fue en los tiempos de esplendor de Ronaldinho.

El fichaje dio guerra desde el principio y no fue porque en el Barcelona no se encargaran de recordarle a Neymar que dijera en cada entrevista que él venía a entrenar. Pronto se empezó a apuntar que se trataba de una operación multimillonaria destinada a eclipsar al astro argentino y conseguir su venta en un corto plazo de tiempo. ¿Por qué? Nadie lo sabía a ciencia cierta pero eran los tiempos en los que en torno al Barcelona se desarrollaban todo tipo de teorías conspirativas que en muchas ocasiones acabaron siendo verdad: los guardiolistas acusaban a Messi de haberse cargado la esencia del juego de posición; los antiguardiolistas, a su vez, le acusaban de haber sido el niño mimado durante demasiados años y obligar al equipo a jugar a su ritmo, a su voluntad.

De él se dijo que renovaba jugadores según su relación personal con ellos y determinados medios no tardaron en referirse a él como «el pequeño dictador». Rosell no se encargó de desmentirlo, su renovación se estancó, el propio Johan Cruyff salió en medio de un partido de golf a decir que si él fuera Messi se iría del club o, más bien, que, con Neymar ya fichado, qué pintaba Messi ahí.

No era el mejor recibimiento posible para un tipo que había ganado cuatro Balones de Oro seguidos y que era el máximo favorito para ganar el quinto: bota de oro destacado del curso anterior, excelente actuación en la Champions hasta su lesión y título de liga ante su gran rival, Cristiano Ronaldo. Lo que pasa es que hasta ese momento Messi había parecido no ya un jugador de dibujos animados sino de Playstation. Infalible. Imparable. Que fuera a seguir siempre así nadie lo dudaba. Cuando se retiró del Calderón en la ida de la Supercopa y falló un penalti en la vuelta por cierto, aquel título se ganó con un gol de Neymar empezaron las primeras dudas.

Las lesiones, Hacienda y Jorge Messi

Sin embargo, el principio de temporada de Messi no fue precisamente malo: dos goles al Levante, tres al Valencia en su campo, otro al Sevilla justo antes de decidir el partido con un sprint de treinta metros que dejó el balón en botas de Alexis para empujarlo y, como debut en Liga de Campeones, tres goles al Ajax de Amsterdam. En total, nueve goles en cuatro partidos a los que habría que añadir otros dos en los siguientes partidos de liga, el último de ellos en Almería, minutos antes de recaer de su lesión muscular y tener su primer parón de la temporada.

Sin Messi las cosas no le fueron mal al Barcelona. Con el barullo habitual dentro y fuera del campo, el equipo ganaba y seguía líder. Neymar cumplió con su condición de estrella por encima quizá de algunas expectativas y se echó al equipo a sus espaldas. Cuando Messi volvió en Pamplona, como suplente, inició una extraña racha de partidos sin marcar. Parecía ausente, trotón, como si tuviera miedo a lesionarse de nuevo. Algunos empezaron a hablar de su compromiso con la selección argentina, de una intención poco profesional de reservarse para llegar al cien por cien a la cita; intención, que entendemos, no existía cuando marcaba los goles de tres en tres.

La explicación era más fácil: Messi seguía cojo. El 10 de noviembre de 2013, recién empezado su partido contra el Betis en Sevilla, volvió a retirarse andando lentamente con la cabeza hacia abajo. La quinta lesión muscular en siete meses.

Esta vez, Messi paró más tiempo, lo que no quiere decir que la realidad le diera margen para la tranquilidad: si en septiembre Hacienda ya le había requerido el pago de varios millones de euros defraudados en temporadas anteriores, una cantidad que rondaba los diez millones, el mes de diciembre complicó aún más las cosas: Jorge Messi, el padre del jugador, volvía a la primera plana de los periódicos por su presunta desviación de fondos de los partidos de la citada gira benéfica de verano a cuentas opacas. ¿Hasta qué punto sufrió Leo esa doble, incluso triple batalla? ¿Cómo le afectó ver a su padre metido en todos esos fregados? Imposible saberlo, pero si asumimos que los jugadores no son robots, es de suponer que en algo le distraería.

No quedó ahí la cosa: en diciembre se peleó con el vicepresidente económico por un «quítame allá esa renovación» y por primera vez se empezó a sentir realmente cuestionado. El tipo llevaba catorce goles en catorce partidos oficiales, varios de ellos incompletos, pero se siguieron deslizando los rumores de poca profesionalidad: no corre hasta que no renueve, no se compromete porque quiere ganar el Mundial… En ninguna mente pareció entrar que, después de siete años en el podium del Balón de Oro, cinco lesiones consecutivas, un cambio de entrenador y hasta dos investigaciones judiciales en torno a sus ingresos, el chico podría dejar de ser perfecto. No, tenía que ser vagancia, indolencia, burla…

El desastre de la Copa, el desastre de la Liga

En ningún momento ese estallido contra Messi se vio tan claro como tras la final de Copa que el Barcelona perdió contra el Real Madrid en Valencia. Hay que dejar claro que para entonces el Barcelona ya era un despelote: Valdés había anunciado su retirada y después se había lesionado, camino inverso al que recorrió el otro gran pilar del vestuario, Carles Puyol; Iniesta venía de ver cómo su mujer perdía un hijo tras varios meses de gestación, Rosell había dimitido tras descubrirse una serie de chanchullos en el fichaje de Neymar que afectaban a toda la institución, el propio jugador y su padre, para variar, incluidos.

Por si fuera poco, la UEFA prohibió cualquier fichaje por prácticas irregulares en lo único sagrado que quedaba: la cantera.

En esa situación, Messi jugó un mal partido ante el Madrid. Venía de marcarles tres goles en el Bernabéu, justo cuando se jugaba la liga, pero ese día no estuvo bien. Dudo mucho que fuera el peor jugador del equipo y desde luego dudo mucho que el juego tuviera ya alguna importancia en un club en el que incluso el entrenador sabía que no iba a seguir el año siguiente. Los palos que recibió Leo tras ese partido fueron impresionantes y se resumían en el pernicioso algoritmo: «No ha jugado al cien por cien, no corre como antes, se desentiende de las jugadas… por consiguiente, es un vago, un mal profesional, se está burlando de la afición». Ya saben, ese largo etcétera que acompaña a cada estrella que en un momento dado da muestras de debilidad.

A partir de ahí, la situación ya no mejoró, y no es que el jugador no hiciera méritos para ello: de acuerdo, desapareció en la eliminatoria contra el Atlético de Madrid y hubo un partido en el que, según los que entienden el fútbol como una prueba más del decatlón, corrió muy pocos kilómetros. Que un tío que ha tenido cinco lesiones esprintando deje de correr podría tener una explicación física y no solo mental, pero, en fin, reconozcamos que a Leo se le veía algo desconectado. Pese a todo, marcó el gol de la victoria contra el Athletic de Bilbao, el gol de la victoria ante el Villarreal y el primer gol, el que hubiera supuesto tres puntos de no ser por la pasividad absoluta de la defensa, ante el Getafe.

Ningún jugador de la liga había dado más puntos a su equipo con sus goles… pero las críticas seguían ahí. Ya no era perfecto siempre. Ya no regateaba desde el medio del campo y sorteaba piernas hasta batir al portero rival. Ya no bajaba a defender en esfuerzos de cuarenta metros para recuperar un balón… Messi aún podría haber dado el título de liga al Barcelona de no haber anulado el árbitro un gol legal que suponía el 2-1 en el partido contra el Atleti pero dio igual. Las crónicas coincidieron en su fracaso.

El último trote cochinero de Leo Messi

Y en esas hemos llegado al Mundial. Ese Mundial donde se supone que Messi va a arrasar porque se ha estado arrastrando a propósito con el Barcelona, 41 goles y 14 asistencias en 46 partidos aparte. El primer partido ha consolidado lo que se venía apuntando: Messi estuvo perdido durante buena parte del encuentro, muy fallón, muy mal colocado en el campo y con un trote cochinero que ya se apuntaba cuando rozaba los 100 goles por año natural. Nada que no se hubiera visto durante el año porque el problema, lógicamente, no era la renovación ya firmada ni las ganas de reservarse ya fuera de todo sentido sino cualquier otro. Vaya usted a saber cuál: la paternidad, Hacienda, los problemas de su padre, el miedo a lesionarse por enésima vez…

Eso no quiere decir ni mucho menos que Messi no pueda acabar ganando el Mundial. El gol que marcó ante Bosnia lo demuestra, una jugada que hemos visto mil veces: diagonal de fuera adentro, rivales en el suelo y balón pegado al poste ante la estirada inútil del portero. Messi en estado puro, pero no un Messi nuevo, el mismo Messi que marcó tres goles en Mestalla o en el Bernabéu, un Messi de chispazos, un Messi buenísimo, desequilibrante, probablemente aún el mejor jugador del mundo incluso medio cojo y descentrado.

También puede ser que suceda lo contrario: que Messi vuelva a ser el media punta perdido del primer tiempo y el papel de Argentina se diluya como sucedió en 2010. No sería de extrañar y no sería una tragedia. Messi no es perfecto siempre y no lo es porque no quiera sino porque eso es imposible. Olvídense. Han jugado demasiado a simuladores donde sus estrellas marcaban partido sí, partido también. Eso, en la vida real, no sucede.

Leo tiene veintisiete años aún y muchos años de calidad por delante. Puede que este sea un bajón momentáneo y vuelva a lo más alto en los próximos meses, en los próximos años. Puede que le toquen tanto las narices que ese regreso al estrellato sea en cualquier equipo menos el Barcelona. También puede que este nuevo Messi sea el Messi que quede después de sus lesiones y sus vómitos, es decir, un tipo que en su peor versión casi consigue la Bota de Oro. Imposible saberlo. El debate lógico sería si todo el juego del equipo se puede centrar alrededor de un jugador que ya no es infalible pero supongo que seguiremos con esta duda constante, esta suspicacia de nuestro tiempo: gente que solo entiende que falles porque tú te lo has propuesto así, una extraña forma de autosabotaje.

YouTube amenaza a los sellos ‘indie’ con bloquear todos sus vídeos

Cuestión de días. Faltan muy pocos para que YouTube bloquee los vídeos de artistas de decenas de discográficas independientes, según ha declarado el jefe de contenido del portal, Robert Kyncl, al Finacial Times. Y una semana habrá que esperar para la respuesta que prepara Impala, la principal asociación que reúne a las discográficas indie: una denuncia ante la Dirección General de Competencia de la Unión Europea.

La pelea surge a raíz de una negociación fracasada. El coloso de los vídeos, propiedad de Google, está a punto de lanzar un servicio de streaming musical al estilo de Spotify y Deezer. Tras alcanzar un acuerdo para contar con las canciones y los artistas de las tres majors principales (Sony, Universal y Warner), YouTube se sentó a hablar con los indie. Sin embargo se presentó con una oferta “fuera del mercado”, según Marc Kitcatt, director de Everlasting Records y expresidente de Impala. De ahí que no hubiera acuerdo, sino el comienzo de una guerra.

“Nos han propuestos condiciones peores respecto a las multinacionales y a las que tenemos con servicios parecidos, como Spotify o Deezer. Quizás se hayan gastado demasiado en el acuerdo con las majors y ya no tengan dinero para los independientes”, argumenta Kitcatt. Lo que cuesta entender –también al propio expresidente de Impala- es la conexión entre el portal y su servicio de streaming. Es decir, ¿si YouTube no alcanza un acuerdo para contar con los artistas indies en su nuevo producto, por qué bloquea sus vídeos también en su página original? “Es un abuso, romperían el acuerdo unilateralmente”, agrega Kitcatt.

La británica BBC incluye entre los artistas que serían afectados por la medida a pesos pesados como Adele, Arctic Monkeys y Radiohead. De hecho, el guitarrista del grupo de Thom Yorke ha acusado a Google de “forzar” a las discográficas independientes a aceptar tarifas demasiado bajas. Aunque lo cierto es que Radiohead y su líder llevan años atacando también los otros servicios de streaming por las ganancias supuestamente mínimas que garantizan a los artistas. “Es el último pedo de un cuerpo agonizante”, llegó a decir Yorke de Spotify, del que retiró sus canciones.

Sea como fuere, además de los sellos y los músicos, los afectados por el bloque serían los millones de usuarios que ya no encontrarían miles de vídeos en el principal portal del mundo. Más aún teniendo en cuenta un estudio de 2012 de la consultora Nielsen que concluyó que YouTube ya se había convertido en la forma más habitual de escuchar música para los jóvenes.

“Estamos lanzando un servicio de suscripción que va a proporcionar a nuestros socios musicales nuevos ingresos por el streaming, además de los millones de dólares que YouTube ya genera para ellos cada año”, ha defendido un portavoz del portal a la BBC. En la eterna partida de ajedrez entre los colosos del mercado, el nuevo servicio responde también a un lanzamiento parecido que acaba de hacer Amazon para sus usuarios registrados, de momento en Estados Unidos.

Ni república ni monarquía parlamentaria

Retrato de Luis XIV como Júpiter, Charles Poerson, 1648-1667.

L’Etat, c’est moi. (Luis XIV)

Permítanme la generalización: no me gustan los políticos. No me gustan nada. En general no me gustan las profesiones para cuyo ejercicio no es necesario reunir mérito, conocimiento o talento alguno, como la de periodista, cobrador de peaje o pintor en Die Brücke, pero en el caso de los políticos existe además un componente subjetivo, su inmanente talante arribista, que intensifica la prevención tornándola en fobia.

El pecado original de la política es el resultadismo. Ganar, ganar, ganar y volver a ganar. Uno empieza a estar ya harto de tener que ser necesariamente representado por quien únicamente se representa a sí mismo, y si el supremo derecho a elegir libremente quién preferimos que nos tome el pelo es la tierra prometida, alguno podría haberse ahorrado el órdago, por mucho que pudiese prometerlo y lo prometiese.

Seamos realistas. La intención de voto es todo cuanto perturba el sueño de unos gobernantes y aspirantes que por el camino, como probablemente jamás haya dicho Woody Allen, se entretienen haciendo de cada solución un problema. ¿De veras queremos todavía más? ¿Es que no tenemos suficiente con que campen a sus anchas por las Cortes Generales, el Gobierno de la nación y el Consejo General del Poder Judicial que encima pretendemos abrirles las puertas de la Jefatura del Estado?

Conmigo no cuenten. No pienso avalar con mi participación un nuevo proceso electoral, igualmente periódico y falaz y tan caro como todos los demás. Con las municipales, las autonómicas, las generales y las europeas creo que tenemos suficiente. Me niego a votar una vez más cada cuatro años para decidir entre todas las ovejas qué lobo preferimos que dirija el rebaño rodeado de su séquito de oportunistas. Me niego a que el símbolo de la unidad y permanencia del Estado, su más alto representante en las relaciones internacionales, el árbitro y moderador del funcionamiento regular de sus instituciones, milite en un partido político u otro por muy bonita que sea la redacción del artículo 6 de la Constitución Española de 1978. Yo, sintiéndolo mucho, no puedo ser republicano.

Y por motivos idénticos no puedo estar a favor de la monarquía parlamentaria. Porque, desgraciadamente, en la forma política de nuestro Estado el adjetivo pesa mucho más que el sustantivo. El triunfo del parlamentarismo es el triunfo de una minoría hermética dominante cuyo único motor es su ambición desmedida y no la conquista del bien común. Sabedores de que sin líderes seríamos incapaces de operar como una comunidad ordenada, se ofrecen a guiar al pueblo con promesas incumplibles para así legitimar sus desmanes vistiéndolos con los ropajes propios de la ley y la actuación administrativa reglada.

La monarquía debe por tanto ser apartada del delirio electoral. Porque es entonces, una vez despojada de su injusto carácter democrático, cuando surge la más pura y perfecta de las formas de gobierno. Un sistema autocrático en el que todo el poder se concentra sin limitación alguna en la figura del rey. Efectivamente, me declaro profunda, convencida y fielmente monárquico. Sin coletillas. E imagino que a estas alturas, ustedes también.

Seamos pues partidarios de una Corona dotada de un poder total e indivisible, ajena al control de unas instituciones viciadas por la clase política. Permitamos que todo, absolutamente todo, sea decidido sin necesidad de consentimiento ajeno ni refrendo por una sola persona. Poseedora de todos los derechos y potestades y ningún deber ni obligación, es cierto, pero un solo individuo al fin y al cabo. ¡Al carajo con Montesquieu, el liberalismo y el estado de derecho, que no nos han traído más que desgracias e infortunios!

¿Que el rey dice que se suba el IVA? Pues se sube. ¿Que ordena que en las autopistas se circule exactamente a 167 kilómetros por hora? Pues se conduce a esa velocidad y punto, ni un kilómetro más ni uno menos. ¿Que quiere pasar la noche con tu señora? Te jodes. Es el rey.

Tal vez sea un sistema de mierda, lo sé, pero es la misma mierda para todos y no solo para una inmensa mayoría, lo cual es devastadoramente justo. Tan justo como un zapatero muy justo. Alguien tan justo que la gente sale de su zapatería sorprendida, exclamando «¡qué justo es este zapatero!». Pues así o incluso más. Porque en un régimen democrático solamente una parte de la población es gobernada por quienes ha elegido. El resto tienen que aguantarse. Pero en una monarquía tiránica como la que deseamos, a todos se nos exige obediencia ciega al monarca y ninguno le hemos votado. Y lo que es igual de injusto para todos es, por lógica, igual de justo. Y además, mantener a un solo tío a cuerpo de rey sale mucho más económico que pagar los sueldos de todos los políticos del país.

Rechacemos la república y la monarquía parlamentaria. Abracemos la monarquía a secas. ¡Viva el despotismo! ¡Todo por el pueblo pero sin el pueblo, porque al menos es por el pueblo! ¡Monárquicos al poder!

Nota: Algún estadista habrá advertido que he obviado la opción de la dictadura como posible forma de Estado, pero caramba, yo soy una persona civilizada.

Nota 2: Me ofrezco voluntario como rey. Votadme.

Seguridad

Muere Horace Silver, el ‘cocinero’ del jazz

Se llamaba a sí mismo un “cocinero del jazz”. “El jazz debe tener su puntito picante”, afirmaba. "Si no, no sabe a nada". Horace Silver, pianista, compositor e icono del jazz en la década de los cincuenta y sesenta, falleció el pasado miércoles en su domicilio de Nueva Rochelle, Nueva York, a los 85 años de edad. Su salud, que llevaba tiempo deteriorada, le había apartado en los últimos tiempos de la práctica musical. “Sé que un día voy a morir”, confesaba durante su visita a San Sebastián en 1996, “pero siempre habrá quién toque mi música”. Palabras proféticas de quien supo ensamblar los lenguajes del gospel, el blues y la bossa novaen el común denominador del jazz: “Horace Silver es uno de los músicos más influyentes en la historia del jazz como intérprete, director de banda, arreglista o componiendo” (Christian McBride).

Horace Ward Martin Tavares Silver nació un 2 de septiembre de 1928 en la localidad de Norwalk, Connecticut, en el seno de una familia multirracial. Su padre, John Tavares Silva, había viajado desde Cabo Verde a los Estados Unidos con el firme propósito de no regresar jamás; allí hizo fortuna y conoció a la madre del artista, por cuyas venas corría sangre irlandesa y africana a partes iguales.

Decidido a hacerse un nombre en el mundo de la música, el pequeño Horace cambió varias veces de instrumento hasta encontrar su propia voz en el piano: “Me gustaba el piano”, declaraba, “pero, sobre todo, me gustaba Bud Powell”.

En diciembre de 1950 el pianista, aún desconocido, actuaba con su cuarteto en un pequeño tugurio de provincias cuando fue avistado por Stan Getz. Sorprendentemente, el astro del saxofón, por lo común poco amigable y bastante competitivo, decidió hacerse cargo de la carrera del joven jazzista grabando varias de sus composiciones y consiguiéndole diversos contratos de actuación para su conjunto: “Nunca podré pagarle a Getz lo que hizo por mí cuando más lo necesitaba”. Al año siguiente, Silver establecía su residencia en Nueva York. Sin apenas tiempo para deshacer sus maletas, el pianista se haría cargo de las jam sessions de la noche de los lunes en el club Birdland, epicentro de la movida jazzística de la Gran Manzana en aquellos años. El recién llegado entraba en contacto con la crema y nata musical neoyorquina: “Éramos jóvenes y queríamos devolverle al jazz algo de su pimienta”.

El nuevo jazz salpimentado vio la luz bajo la denominación genérica de hard bop: “En esencia, se trataba de devolver al jazz moderno a sus orígenes del blues y la música gospel”. La fórmula alcanzaría su más perfecta formulación en la música de The Jazz Messengers, verdadero buque escuela del jazz contemporáneo fundado por Silver y el baterista Art Blakey, cuya vida se prolongaría por décadas bajo la dirección del segundo. Silver y Blakey —tanto monta, monta tanto— dejarían el sello indeleble de su breve pero fructífera colaboración en un disco magistral: A night at birdland.

1956 será un año crucial en la carrera del pianista, que estrenó grupo propio y sello discográfico: “Se habla mucho del sonido Blue Note pero, en realidad, debería ser el sonido Horace Silver”, lamentaba el músico. Contradiciendo su modus operandi habitual, Alfred Lion, el omnipresente fundador y director de Blue Note Records, otorgó a Silver un amplio poder de decisión sobre sus propias producciones. Una de sus composiciones, The preacher, editada en contra de la opinión de Lion, que la juzgaba demasiado sensiblera, llevó por vez primera el nombre del pianista a las listas de éxitos. Seguirían otras muchas a lo largo de la década: Señor Blues, Nica's Dream, dedicada a la baronesa y notable mecenas del jazz Nica de Koenigswarter, y Song for my father (Cantiga para meu pai), inspirada lejanamente en los ritmos caboverdianos y en la bossa nova. Solo de esta melodía se contabilizan versiones de George Benson, Leon Thomas, Cedric Im Brooks & The Light of Saba, Us3 —acaso la más conocida—, David Benoit, Kermit Ruffins o el productor de hip-hop Madlib. Llegado a su plenitud creativa, Horace Silver crea tendencia con su música y a través de las portadas de sus discos; sus conjuntos son un semillero de futuras estrellas del jazz, entre ellos, los saxofonistas Hank Mobley y Joe Henderson o los trompetistas Blue Mitchell y Woody Shaw.

Con el cambio de década, el delicado equilibrio entre los diversos lenguajes que convivían en la música de Horace Silver comenzó a quebrarse. El pianista sería de los primeros músicos de jazz en intentar un muzak de contenido dudoso y alcance, se supone, masivo: “A lo largo de la vida uno aprende a tomar decisiones y, claro, puede equivocarse, pero siempre debe ser fiel a sí mismo, y yo, puedo decirlo, lo he sido, aunque haya quien no acepte algunas cosas que he hecho”. Su consiguiente acercamiento al “jazz soul” venía a ser el resultado de una visión cósmico-filosófica de la existencia, a la que dio forma de disco en The United States of mind (con el propio Silver cantando en diversos de los cortes) y Silver 'n strings play the music of the spheres, editado en 1979. Al año siguiente, el pianista pondría fin a su relación de varias décadas con Blue Note para fundar su propio sello discográfico de corta vida, Silveto. Su autobiografía, Let´s go to the nitty gritty, vio la luz en 2006.

La bacteria que ayudó a la resistencia checa contra los nazis

Este artículo ha sido distinguido con un accésit en el concurso de divulgación científica de Ciencia Jot Down Magazine 2014.

El mercedes negro descapotable circula a gran velocidad, el director de la Oficina Central de Seguridad del Reich grita a su chofer «Schneller! Schneller!» («¡Más rápido, más rápido!»). Es 27 de mayo de 1942 y Reinhard Heydrich, apodado «el Carnicero de Praga», «la bestia rubia» llega tarde. Él es el cerebro tras la idea de los guetos; también presidente y artífice de la conferencia Wannsee, lugar donde se decidió la «Solución Final» que más tarde se conocería como el Holocausto, y probablemente el hombre más temido de todo el Reich incluso por sus propios compañeros.

Su descapotable, un Mercedes con lo último en tecnología, comodidad y lujos, a la altura de uno de los miembros más poderosos del partido Nazi. Un coche sin blindaje, un coche sin escolta. Heydrich, segundo al mando de las SS, virtuoso del violín, grande de la esgrima y prácticamente señor de Praga, no la necesita.

El Carnicero de Praga pasa siempre por el mismo lugar. Los sargentos checos de la resistencia Jozef Gabčík y Jan Kubiš lo saben. Llevan meses preparando la operación Antropoide. Saben que es su última oportunidad, ya que Hitler ha decidido enviar a Heydrich a Francia. Pero todo está listo, el coche tendrá que aminorar al pasar por la curva de Holešovice. Allí Gabčík espera con un subfusil Sten inglés y Kubiš con una granada antitanque modificada. Valčík, tercer miembro del equipo, hace señales desde la lejanía con un pequeño espejo para avisar de la llegada del nazi. Nadie sospecha de Gabčík, aunque lleva una gabardina bajo el brazo en un caluroso día de primavera, nadie sospecha hasta que se gira y se planta en medio de la carretera. El coche frena, la gabardina cae, Heydrich ve un arma apuntándole. Gabčík aprieta el gatillo: no ocurre nada, el tiempo se detiene. Los nazis aún están en shock y Gabčík encasquillado como su propio subfusil.

Pero Kubiš camina tranquilo, nadie se ha percatado de su presencia. Se acerca desde atrás, saca de su bolsillo la granada y la lanza apuntando a los asientos del descapotable: también falla. La granada cae junto a la rueda trasera, detonando y haciendo volar un metro al Mercedes. Sin embargo, Heydrich solo sufre heridas por metralla amortiguadas por el asiento y la carrocería del vehículo. Se inicia una persecución que termina con una de las batallas más increíbles de la historia.

Gabčík y Kubiš morirán sin saber que lograron su objetivo, eso sí… con la ayuda más que probable de un microscópico aliado. Heydrich llega al hospital de Praga donde es tratado de sus heridas. Los rayos X muestran que tiene esquirlas alojadas en algunas partes de su cuerpo pero ninguna mortal, o al menos aparentemente. Y es que en su bazo tiene incrustado un minúsculo trozo del lujoso asiento de su Mercedes, un asiento de cuero relleno con crin de caballo. Aunque se le trata con sulfamidas, un bacteriostático que impide la proliferación bacteriana sin llegar a matarlas, pocos días después la fiebre y una septicemia acabarán con su vida.

Imagen a microscopía electrónica de la bacteria del Antrax: This image is a work of a U.S. military or Department of Defense employee, taken or made as part of that person's official duties. As a work of the U.S. federal government, the image is in the public domain.

Imagen a microscopía electrónica de la bacteria del Antrax. Iamgen: Departamento de Defensa de los Estados Unidos (DP).

La crin de caballo suele contener esporas de una bacteria llamada Bacillus anthracis. La bacteria sobrevive durante años en un estado de dormición formando esporas en el pelo del animal, hasta que logra entrar dentro del organismo de alguna víctima. Una vez dentro produce dos factores de virulencia. El primero es una cápsula antifagocítica que, como a los checos, permitirá a la bacteria evitar ser detectada por las defensas, actuará como un camuflaje perfecto para la infiltración. El segundo es la exotoxina tripartita o antrácica; esta tiene tres subunidades, como nuestro equipo. La primera se encarga de introducir a las otras dos en las células y es conocida como (PA), protector de antígenos. Las otras dos, casi imitando al dúo checoslovaco, serán las que eliminen al nazi, reciben el nombre de (EF) factor de edema y (LF) factor letal. Unidas se conocen como (LT) toxina letal. Una vez las bacterias detecten la humedad y la temperatura de la herida, despertarán reactivando su metabolismo. Luego, como la resistencia checa, se infiltrarán camufladas en el organismo del Carnicero, y tras unos días se lanzarán al ataque liberando en la sangre sus terribles exotoxinas; en pocas horas los delirios y la fiebre se adueñarán de Heydrich, después todos sus órganos fallarán.

Lo único que lo hubiera salvado sería la penicilina, pero afortunadamente el único que la poseía en aquellos días… era Winston Churchill.

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Mercedes de Reinhard Heydrich. Imagen: Deutsches Bundesarchiv. (DP)

Series recomendables: Orange is the new black

Foto: Netflix

Foto: Netflix

Orange is the new black es una de las series que dio la sorpresa durante el año anterior por su manera relativamente innovadora de tratar la temática carcelaria. Emitida por Netflix e inicialmente considerada una underdog frente a producciones más renombradas de cadenas mayores, ha terminado no solamente haciéndose un hueco sino ganando una buena legión de seguidores y gran cantidad de comentarios positivos. El argumento es la adaptación —supongo que bastante libre— del libro del mismo título, escrito por una mujer de clase media que pasó una temporada en una cárcel estadounidense y decidió contar sus experiencias. En los años más locos de su juventud, arrastrada por un amour fou, cometió un delito relacionado con el tráfico de drogas y juzgada en su momento, no recibe la sentencia hasta diez años después. Así, se ve obligada a abandonar una existencia acomodada para ingresar en prisión. Dado que carece de cualquier tipo de experiencia callejera y su contacto con el mundo del crimen ha sido más bien tangencial, no le resultará fácil adaptarse a esa nueva vida. En la cárcel encontrará mujeres con biografías de lo más dispar y desde luego con un modo de pensar completamente diferente a su propia mentalidad de clase media acomodada.

Tratándose de una serie que transcurre en una prisión para mujeres, podemos olvidarnos de algunos de los estereotipos asociados al género carcelario. Por ejemplo, aunque la violencia y la intimidación aparecen —hasta cierto grado— en el argumento, son mostradas de modo menos brutal y desde luego mucho menos frecuente de lo que sucede en la ficción sobre cárceles masculinas. Lo que priman aquí son las tensiones psicológicas y emocionales de las protagonistas, tanto o más que los juegos de poder o los enfrentamientos entre bandas. Puede afirmarse que Orange is the new black es más un drama de relaciones que un flick carcelario; incluso en ocasiones se transforma en melodrama, aunque por fortuna no se afronta la trama desde una única perspectiva y la serie varía bastante de tono no solamente entre escenas, sino incluso entre un episodio y otro; muchas veces adorna el guión con toques de cinismo y un humor que llega a rayar en lo surrealista (quien haya visto el delirante episodio en el que la protagonista se obsesiona con una gallina sabrá a lo que me estoy refiriendo). Los distintos ingredientes —drama, humor, etc.— están combinados en casi todos los episodios, lo cual hace que Orange is the new black sea muy llevadera incluso para quienes no disfrutamos particularmente con su lado más melodramático.

El verdadero punto fuerte de la serie son las interpretaciones, continuando con la racha —o ya prácticamente una tradición— de certeros castings en muchas series estadounidenses. La reina absoluta de la serie es la actriz Taylor Schilling, que hace un trabajo fantástico, por momentos sencillamente sublime, que le valió una más que merecida nominación a los Globos de Oro. La inevitable transformación de su personaje le permite mostrar nuevos registros conforme avanza la historia, jugando inteligentemente con los estereotipos que inicialmente habíamos asociado a su figura: va evolucionando desde parecer una insulsa pijilla suburbana durante los primeros episodios hasta la mujer que comienza a conocerse a sí misma cuando se ve sometida a un régimen de vida psicológicamente exigente, que acaba extrayendo de ella facetas que ni ella misma conocía. Pese al aspecto dulce y timorato del personaje al principio de la serie, Schilling puede mostrar rabia e incluso estados que bordean la locura con fuerza y un tremendo poder de convicción, protagonizando algunos momentos verdaderamente arrolladore. Ah, y tampoco podemos olvidar su considerable vis cómica, hasta el punto de que en la segunda temporada se ha apropiado ya del show por completo. La evolución de su personaje y de su interpretación es uno de los mayores alicientes de la serie.

Sus compañeros de reparto no se quedan atrás, especialmente los personajes femeninos que lógicamente son la mayoría en oposición a casi todas las demás series del género. Los hombres son aquí los secundarios. Aun así, como siempre sucede con la temática carcelaria, el microcosmos donde transcurre la trama tendría menos interés si las interpretaciones de los personajes principales no resultaran convincentes o al menos carismáticas. Por fortuna, el nivel medio de esas interpretaciones es bastante alto y las mujeres que aparecen van sobradas de carisma.

En resumen, Orange is the new black es una buena alternativa para quien busque una serie muy entretenida en la que no haya necesariamente dragones ni muertos vivientes. El ritmo es ágil, el melodrama como decimos casi siempre debidamente compensado por otros elementos y muy particularmente por brillantes perlas de humor, y la combinación entre el ambiente de la prisión con secuencias de la vida anterior de las presas consigue que resulte difícil aburrirse. La crítica ha recibido esta serie de manera casi unánimemente entusiasta, lo cual no significa que sea una obra maestra, pero sí un producto inteligente y de mucha calidad que puede interesar a un amplio rango de espectadores. Denle una oportunidad, lo merece sobradamente.

Stuck like a gecko

We all know the story of that Swiss engineer who came up with the hoop-and-loop fastener system (also known under the brand name Velcro) just by paying attention to the burdock burrs stuck in his clothes and his dog’s fur after a walk in the Alps. When he put these burrs under the microscope a number of “hooks” were revealed, a perfect way for this plant to spread its seeds with the help of the passers-by.

Examining how nature solves complex problems has always been a clever starting point for materials scientists, and this bioinspiration specially applies to the field of adhesion. Adhesion is mainly a superficial phenomenon consisting of two dissimilar surfaces clinging to one another. The complexity of this problem varies depending on the chemistry and roughness of these surfaces and the kind of adhesion that we want to achieve (permanent or temporary, strongly attached or easily removable). But it has been a long time since scientists found in nature an exceptional example to mimic, that is, the gecko adhesion mechanism.

Geckos are very well known for sticking to almost every surface, even glass or Teflon, in a vertical or inverted manner, with an easy release and without damaging the surface in any way. It seems obvious that this extraordinary property has been the subject of many researchers in the field of adhesion, but it was not until 2000 that a consistent explanation was given by professors Kellar Autumn and Robert Full 1.

Figure 1. Tarentola Mauritanica, a species of gecko also known as Salamanquesa. | Credit: Wikimedia Commons
Figure 1. Tarentola Mauritanica, a species of gecko also known as Salamanquesa. | Credit: Wikimedia Commons

Autumn and Full discovered a sophisticated hierarchical structure in the gecko toe-pads: at the mesoscale an array of lamellar flaps, also known as scansors, are responsible for the large-scale adhesion (figure 2b). These flaps consist of stiff tendon tissue just covered by the surface skin. At the microscale, these scansors present a great number of setae (figure 2c and 2d) which in turn end in hundreds of fibrillar branches with spatular tips in the range of the nanoscale (figure 2e). This finding has allowed researchers to talk about a phenomenon of nanoadhesion, governed by van der Waals forces.

Figure 2. Gecko toe-pads present a hierarchical structure ranging from the mesoscale lamellae to the nanoscale spatulae. | Credit: Autumn K., Gravish N., (2008). Gecko adhesion: evolutionary technology, Philosophical Transactions of the Royal Society A, Vol. 366, pp. 1575-90.
Figure 2. Gecko toe-pads present a hierarchical structure ranging from the mesoscale lamellae to the nanoscale spatulae. | Credit: Autumn K., Gravish N., (2008). Gecko adhesion: evolutionary technology, Philosophical Transactions of the Royal Society A, Vol. 366, pp. 1575-90.

Most of the efforts carried out to mimic the strong adhesive capacity of geckos have been oriented to reproduce this nanofibrillar structure with synthetic setae (figure 2f) made out of polymers such as polyimide, polypropylene or even using carbon nanotubes. However, this approach still presents several drawbacks, the most important of them being the difficulty of their manufacture, the limited reusability of these nano-sized fibrils and the modest results in terms of adhesive force capacity achieved on “real surfaces”.

A new interesting approach to this problem of producing gecko-like adhesives has been recently published by researchers from the University of Massachusetts 2. The novelty of their study lies in the fact that, unlike many other previous works, it doesn’t focus on the nano-fibrillar structure of the gecko’s toe-pads, but in the system formed by these surface pads together with the tendon tissue system behind them. According to this approach, gecko’s strong adhesive capacity is due to the stiffness of the sub-surface structure, which allows a large-scale adhesion in a wide range of surfaces, and the softness of its skin, which conforms to the surface micro-topography, no matter how smooth or rough it is.

Keeping this concept in mind, a new adhesive material has been developed consisting of a soft elastomer pad, which provides the necessary softness to create intimate contact with a wide variety of surfaces in the range of micron or smaller scales, and a stiff fabric made out of woven carbon fiber integrated in this elastomer pad, acting as the characteristic tendon system of gecko feet and toes, responsible for the large-scale adhesion.

Figure 3. A schematic of the gecko-like new adhesive consisting of an elastomer pad integrated with a stiff fabric, mimicking the system formed by the tendon system and the skin nano-structure of gecko’s feet (left). As the surface roughness increases, the maximum adhesive capacity is reached for lower elastomer modulus (right). | Credit: King et al (2014).
Figure 3. A schematic of the gecko-like new adhesive consisting of an elastomer pad integrated with a stiff fabric, mimicking the system formed by the tendon system and the skin nano-structure of gecko’s feet (left). As the surface roughness increases, the maximum adhesive capacity is reached for lower elastomer modulus (right).

This new adhesive has been created on the assumption that the key scaling parameter governing the adhesive force capacity is, where A is the contact area between the two surfaces involved, and C is the compliance in the loading direction. Thus, a real good adhesive should be soft enough to maximize the contact area with the substrate, and at the same time stiff enough to distribute shear forces across a large area minimizing elasticity effects.

The resulting composite material is a combination of a low modulus polyurethane (ranging from 0.3 to 3 MPa) and a high modulus carbon fiber fabric (40 GPa) easily adaptable to different sizes and surfaces. For each specific surface roughness there is an optimum elastomer modulus in which the adhesive capacity reaches its maximum value (figure 3) and, as the roughness of the substrate increases, this maximum is shifted to lower elastomer modulus, thus allowing the necessary softness required to conform to the surface topography.

Figure 4. The gecko-like adhesive maintains its adhesive force for different sizes: 340g for a 1cm2 adhesive (left picture) and 34kg for a 100cm2 adhesive (right picture) over a drywall.  | Credit: King et al (2014).
Figure 4. The gecko-like adhesive maintains its adhesive force for different sizes: 340g for a 1cm2 adhesive (left picture) and 34kg for a 100cm2 adhesive (right picture) over a drywall. | Credit: King et al (2014).

Obtaining reusable adhesives with high adhesive force over repeated cycles together with an easy release is quite a challenging task. The results for this new material are very promising, not only regarding the adhesive forces achieved, but also due to its ability to maintain these forces in different scales (figure 4) and in a wide variety of surfaces, from the smoothest (glass, teflon) to the roughest ones (painted drywall, concrete stone, wood).

All in all, it seems that mimicking the way in which nature manages to solve complex problems is anything but unique, and it is largely dependent on how we interpret what we see and where we turn the spotlight. In the field of materials science it is particularly important to successfully follow the path from the lab bench to market, and that means feasible, efficient and cost-effective materials. That’s why this new gecko-like adhesive seems a very good example of well-oriented bioinspiration directly applied to “real world” adhesion problems.

References

  1. Autumn K., Liang, Y.A., Hsieh, S.T., Zesch, W., Chan,W-P.,Kenny, W.T., Fearing, R. and Full, R.J. (2000), Adhesive force of a single gecko foot-hair, Nature, Vol. 405,pp. 681–5.
  2. King D.R., Casey A. Gilman, Duncan J. Irschick & Alfred J. Crosby (2014). Creating Gecko-Like Adhesives for “Real World” Surfaces, Advanced Materials, n/a-n/a. DOI: http://dx.doi.org/10.1002/adma.201306259

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