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Durante estos últimos días hemos leído con gran alborozo que el próximo 25 de junio darán un concierto en España nada menos que los Rolling Stones. Basta escuchar ese nombre y a cualquiera le viene a la mente la mitología que rodea al rock and roll. Ya saben, todo aquello del estilo de «vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver». Aunque vive Dios que esto último no lo podrán cumplir Mick Jagger y Keith Richards… y si nos ponemos a pensarlo, otros muchos tampoco. ¿No se supone que un roquero debe morir a los veintisiete años para convertirse en leyenda? No nos malinterpreten, no es que queramos afearle a nadie que sea remolón a la hora de dejar este mundo, que será horrible pero es mejor a que no haya ninguno. Les deseamos a todos una larga y próspera vida; dif tor heh smusma, como dicen en las afueras de Bilbao. La cuestión es que a algunos el envejecimiento en vez de convertirlos en un buen vino los ha avinagrado: bien sea secando su creatividad, tornando su rebeldía en impostura o haciéndonos temer que si tropiezan sobre el escenario acaben más desmontados que Mister Potato. Pero escoger solo a uno como ejemplo no es sencillo, así que apelamos a la sabiduría de nuestros lectores para que decidan cuál, o añadan algún otro si lo consideran conveniente, evitando la tentación de señalar a Ozzy Osbourne, pues su deambular errante por el escenario desafinando y dando palmas como una entrañable tía abuela del pueblo es cosa de su esencia y no del paso del tiempo.
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Axl Rose
El cantante de Guns N´Roses lo tenía todo en 1988. Uno de los mejores discos de la década. Un país a sus pies, tres canciones sonando a todas horas en las emisoras comerciales y un grupo que era la mezcla perfecta entre Aerosmith, Rolling Stones y Sex Pistols. ¿Y qué hizo? Sacar un disco cuádruple que saturó el mercado, cambiar un look maravilloso por pantalones de ciclista y entrar en una crisis creativa de quince añitos de nada. En su reaparición lo tenía todo. Implantes capilares, botox, era de color rosa intenso y podía presumir de la prototípica cara de señora mayor de las estrellas de rock crepusculares. Estaba hecho un San Luis, nombre, por cierto, de la bella localidad donde se lanzó a pegar al público por un quítame allá esas pajas en 1991.
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Steven Tyler
Durante los años setenta su grupo fue la banda sonora de todos los mascachapas del medio oeste americano. Antes de que el rap y otras historias conquistaran el tierno corazón de la gente que roba coches, el sexo, la droga y el rock and roll tenían en este caballero y su guitarrista la sede vaticana. Y así les fue: apodados como los «Toxic Twins», su última entrada en rehabilitación data de 2008. Ni los marines que son lanzados en mitad del desierto en misiones ultrasecretas habrán castigado más su cuerpo que este caballerete. Hoy su rostro hace que el logotipo de Risi parezca obra de los más concienzudos artistas realistas soviéticos. Unas caras son un poema y otras, el mensaje que quiere transmitirnos la selección natural.
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Rod Stewart
Ha sido toda la vida el perfecto gentleman inglés. Es decir, con su traje y corbata, sus baladas románticas. En sus ratos libres gustaba de oler una rosa perfumada y beber hasta amanecer semidesnudo tirado en la calle debatiéndose entre la vida y la muerte por un coma etílico como es tradición de tantos hermanos británicos en la Costa Brava. Sin embargo, no podemos decir que no se haya cuidado. Tal y como reveló en su última biografía publicada, siempre se metió la cocaína en bolitas por el culo para no dañarse las cuerdas vocales. No obstante, hoy en día las nuevas generaciones le sitúan en el mapa por aquella actuación en South Park en la que salía cantando «Po-pooooooo» porque la mítica leyenda se hacía caca. Su mejor momento «estrella del rock que parece una señora mayor» llegó cuando lloró en el palco porque su Celtic le dio candela al Barça en un partido matasuegras de la Champions.
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Bono
Este hombre lo deja todo perdido de paz y amor allá donde va, si le dejásemos nos arreglaba el planeta en una semana. Pero hubo un tiempo en que además cantaba. Quizá con una voz no muy potente, pero sin duda grandes temas. U2 marcaron los años ochenta y comienzos de los noventa con The Joshua Tree y Achtung Baby. En ese momento su estilo pareció evolucionar de forma interesante pero finalmente se desorientaron y optaron por encasillarse en lo que podríamos definir como el ¡Murcia, qué hermosa eres! del pop-rock internacional. Perdimos un extraordinario grupo pero ganamos un santo, algo es algo.
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Bruce Springsteen
No es que haya envejecido mal, es que su empeño por dar la tabarra al resto del mundo durante el mayor tiempo posible es cada año que pasa más concienzudo, y por lo tanto no está de más que pongamos nuestro granito de arena para lograr que pare ya. Por favor, Bruce, deja ya de sumir a las masas en ese estado de estupor que solamente tres horas y media de concierto pueden lograr y déjales que vivan algo de la vida que les queda. Vete a casa, cómprate un tractor sin cabina, córtate las uñas con un cuchillo Bowie, zámpate tres kilos de chuletones ternera Hereford mientras lloras por el medio ambiente y los ríos limpios de Nebraska. Haz lo que te dé la gana, pero no nos lo cuentes más veces. Ten piedad [*].
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Liam Gallagher
Pues ahí lo ven con cuarenta y un años, demostrando señorío. Desde los mismos comienzos de su sensacional Definitely Maybe se metió en el papel de estrella del rock constantemente drogada y metida en peleas. Se le perdonaba todo por su voz genuina y esa pose chulesca sobre el escenario que tan bien le quedaba, pero en la enésima discusión con su hermano la banda terminó disolviéndose. El remate fue la ceremonia de los Juegos Olímpicos de Londres, donde esa voz de antaño se convirtió en un graznido irreconocible. Parece que ese tabique nasal que aguantó tanta fiesta dijo «hasta aquí hemos llegado» y también había terminado disolviéndose.
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Keith Richards
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En este caso lo de envejecer es relativo pues luce la misma cara de encurtido desde hace cuarenta años. Un tiempo en el que en torno a este hombre han circulado tal cantidad de leyendas y tan estrafalarias que eso hace que nos merezca un respeto. Podrán ser falsas, pero el hecho de que se les dé credibilidad, de que alguien le crea realmente capaz de protagonizarlas, indica que no estamos ante un cualquiera. Se ha metido en el papel, desde luego, el problema es que con el paso de los años parece que acaba eclipsando al músico que hay detrás. Lo cierto es que ha llegado a una edad y aspecto en el que ya no es impostura roquera ni pose hedonista decir que vive cada día como si fuera el último. Esperemos que aguante hasta el 25 de junio.
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Mark Knopfler
¿A cuántos patillitas malasañeros se ha escuchado declamar a los cuatro vientos que los solos de guitarra son un coñazo, que son la grasa cancerígena de toda canción, que son los fuegos de artificio que mataron al rock and roll y a su espontaneidad? ¿A cuántos se les ha oído recitar esa barbaridad para recibir como respuesta gestos de aprobación y una canción de Los Planetas dedicada desde la cabina del pincha? No lo intenten, aún no se ha inventado la ciencia estadística que pueda contabilizarlos a todos con la suficiente precisión, pero son muchos más de los que podría soportar cualquier sociedad civilizada pero muchos menos de los que podría esperarse después de casi cuatro décadas sometidos a los castigos del sultán del swing y rey de las muñequeras. Bien mirado, no es justo decir que ha envejecido mal un tipo que ya en sus años mozos se plantaba en un escenario disfrazado de adicto al gym jazz y las máquinas de spinning, porque alguien así es seguro que prácticamente nació póstumo, pero el daño que le ha hecho al rock —y a otros géneros de los que solo a costa de varias noches de insomnio podemos recordar que se ha aproximado para torturarlos— nos obligan a incluirlo aquí. Mark Knopfler, el guitarrista que hizo llorar de felicidad a tu padre cuando le pusiste en el coche el casete del Alchemy, porque tardó apenas lo que dura la intro de «Once Upon a Time in the West» en sentirse mucho más joven que tú. Gracias, Mark.
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James Hetfield
Hubo un tiempo en el que los cuatro jinetes reinaban en los escenarios como heraldos del caos y la violencia verbal. Un tiempo en el que su Live Shit: Binge & Purge ostentaba el récord de álbum en directo con mayor número de palabras malsonantes, blasfemias e interpelaciones insultantes al público por minuto. En lo estrictamente musical podemos celebrar que el disco Death Magnetic purgara en cierta medida la colección de despropósitos que el grupo protagonizó con St. Anger, el tremebundo documental de su grabación y sus circunstancias, pero por lo demás debemos lamentar que aquello desembocara en su abandono del alcohol y la actitud de frontman taciturno y amenazante. Ahora acudimos a uno de sus directos y nos encontramos ante un señor que pasó la crisis de los cuarenta llenando su cuerpo de tatuajes carcelarios y experimentando demenciales evoluciones capilares, pero en contraste desea convertir el concierto en una especie de celebración hippie de la paz, el amor, la unidad frente a los embates de la vida, los valores familiares y el buen rollo. Un señor que te podrías encontrar en un parque vigilando muy preocupado por si los niños se hacen daño en los columpios o caen en las garras del botellón. No puedes cantar «Seek and Destroy» mientras explicas que ahora somos todos una gran familia y que «Metallica loves you». Es desconcertante.
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Glen Benton
No es que estemos esperando la muerte del bueno de Glen, bajista y vocalista del grupo de death metal Deicide, por nada personal. Se trata de pura coherencia. Y es que el autodenominado satánico de Florida, entre berrido y berrido, dijo que para llevar una vida opuesta a la de Jesucristo se suicidaría a los treinta y tres años. Esto lo estuvo pregonando muy gallito durante todos los noventa, hasta que al llegar el año 2000, cuando Glen cumplía los dichosos treinta y tres, se hizo el loco. Pero no el loco habitual que venía siendo un tipo que se quemaba crucifijos invertidos en los brazos o decía mantener amenas conversaciones con Lucifer, no. Se hizo el loco en plan hacerse el sueco. Catorce años después sigue envejeciendo y cuando le sacan el tema dice que solo los cobardes y los perdedores eligen suicidarse. Un poco de dignidad, caballero.
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Gene Simmons
La idea fue formar un grupo para adolescentes, pintarse las cara, juguetear a ser reinonas encima de unas plataformas, sacar mucho la lengua y hacer correr absurdas historias sobre injertos y otras barbaridades que solo un mundo que estaba dispuesto a creer que el rock sinfónico era algo parecido a la música estaba dispuesto a tragarse. Que detrás de todo ello únicamente estuviese la codicia y el afán de riqueza no le podría parecer mal a nadie, pero un señor mayor vestido como un Robocop travestido del infierno, lamiéndose la barbilla y pintarrajeado como la duquesa de Alba, ya no hace mucha gracia. Parad ya, por favor.
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Iggy Pop
El terror de Norteamérica, el precursor del punk, alguien que ha hecho circular historias sobre drogas y filias sexuales que si hubieran sido filmadas muchos no dudarían en calificar como snuff. La Iguana —qué clase de hombre vive en paz consigo mismo después de asignarse ese alias—, el cantante de rock que esculpió sus abdominales a golpe de chute de heroína barata y alguna automutilación. Ese hombre que puso fin su leyenda anunciando Schweppes de limón. De limón. Llorad, llorad, hijos del underground.
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[*] La Dirección de Jot Down Magazine descubrirá cuál de los firmantes ha escrito la parte de Bruce Springsteen y tomará las medidas oportunas.
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